6.06.2016

Para irse a la mierda uno no necesita coordenadas




«Si mi discurso es decepcionante, incluso a veces deprimente, no es porque me divierta desanimar, todo lo contrario. Es porque el conocimiento de las realidades conduce al realismo»



Los días siempre comienzan de forma distinta. Pongamos que hoy me desperté con unas ganas infinitas de mandar todo a la mierda. Así que sin pensarlo y después de unas cuantas llamadas telefónicas, terminé de anudar las agujetas rojas de mi botas y, como dice la canción, fui a la terminal del ADO a esperar mi camión. Intenté usar mis conocimientos en semiótica para descifrar cuál de todos los nombres-destinos contenía en su significado los conceptos de «verde, boscoso, tierra, montaña», pero no sirvió de nada, así que terminé preguntando. Cuando llegué a mi destino lo primero que hice fue comprar una paleta de hielo. Pagué con un billete de cien y me regresaron diez pesos de cambio; vaya, parece que este es el pueblo de las paletas millonarias, me dije. Enseguida eché una mirada a los tablones de la paletería donde estaban escritos con cal y con letra de borracho los precios, luego miré los jiotes marcados que tenía el niño en su cara, pero sobre todo vi su mirada. Era una de ésas donde los ojos, vacíos, apuntan hacia nada o, mejor dicho, hacia el futuro. Así que no la hice de pedo, dije gracias, guardé mis diez pesos, le di dos lamidas a mi paleta y me largué de ese lugar antes las tripas se me hicieran más bola.

El camino era una pendiente y el destino la cima. Hice los cálculos y supuse que sería una ruta de hora y media. Poco antes de llegar ya iba maldiciendo de nuevo, «por qué mierda no compré diez paletas con mis cien pesos…», pero mis pensamientos fueron interrumpidos por el jefe de una familia que me preguntó que para dónde era, que si para allá o por allá. Le dije que era para donde él quisiera, que de eso se trataba todo. Esperé para ver qué camino escogían y entonces yo escogí el contrario. Por supuesto resulto ser el camino más largo y lleno de maleza, misma que hizo que perdiera de vista la cima, sin embargo, la inclinación del terreno me decía que era para «arriba». Algunos dicen que el caminar libera, de qué, no sé, pero la liberación nunca pasó por mi cabeza, sino todo lo contrario: pensé en derrumbes, en incendios, en jaurías de lobos salvajes y en osos como el de la película de Leonardo Dicaprio. «Ese sí sería un final sumamente ridículo, ademas no vengo listo como para pelear con ningún oso», me dije. Así que decidí virar mis pensamientos y como estaba en eso de las películas, preferí pensar en «the lobster», pero musicalizada por Chinawoman. «Eso sí me gusta. Ser parte del bando uno o parte del bando dos. O qué tal que mejor decido inaugurar el bando tres. Porque de eso se trata todo». Me dije.

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