3.19.2018

El amor en tiempos del abstencionismo



Por ejemplo, el porcentaje de abstención en Finlandia en las últimas elecciones presidenciales 2018 fue más o menos del 30 % y en Alemania fue del 10 %. En Méjico el porcentaje en el 2012 fue del 35 %. Y, aunque nuestra agilidad mental nos lleve a creer que no estamos tan mal, porque en el primer mundo también hay abstención, es justo aquí donde deberíamos de manejar con muchísimo cuidado nuestra superinteligencia, porque fácilmente podríamos deducir que es posible respirar en el fondo del océano, ya que el agua también tiene oxígeno... En otras palabras, se puede afirmar con precisión que la abstención en Finlandia no sucede por ignorancia o apatía política, sino por confianza, y las razones de esta confianza se obvian en varios hilos. El primero es la clarísima -valga el énfasis- transparencia y pulcritud con que es conducida la administración pública de tal nórdica nación. O sea, los índices de corrupción son envidiablemente casi inexistentes, ya que su sistema considera órganos de supervisión exhaustiva sobre cada euro que conforma su PIB. Así, esta pulcritud sistemática es una base sólida para que el ciudadano promedio confíe plenamente en su gobierno y en sus partidos políticos, porque al final, gane el partido que gane, este estará controlado, supervisado, pero sobre todo buscará el bien común o lo más cercano a tal, cumpliendo con las exigencias de la población. Excepto los fachos ultra hiper nacional socialistas blancos piel rosita, claro.


Siendo así, y por obvias razones, lo más probable es que resulte descabellado realizar un comparativo entre Méjico y Finlandia, sin embargo, me atrevo a tal, principalmente porque la historia, la política y la democracia son términos universales. Pero, ¿por qué Finlandia? Pues eso, que me podría ver oportunista y entonces contestar que hablo de Finlandia porque mi actual esposa es de tal nacionalidad y por ende la información que tengo es de primera mano y más allá de lo que diga la Transparency International, por ejemplo. Y siguiendo la misma línea -esa de abusar del oportunismo-, entonces también podría mencionar lo atropellada que ha sido mi vida amorosa: dos matrimonios fallidos y un impreciso número de relaciones fracasadas... Exacto, si usted llegó hasta aquí y logró concatenar las diferentes ideas de las anteriores y despatarradas líneas, felicidades. Pero si no, entonces ahora me explico.


A pesar de que mi intención pueda leerse como puerilmente naíf, asumo el riesgo de intentar deshilachar el manto que cubre el síndrome del abstencionismo y la tirria que existe hacia a la participación de lo que conocemos o desconocemos de la Democracia.


La democracia está presente en nuestro salario, en nuestros hospitales, universidades y también existe en nuestras relaciones íntimas, nos guste o no. Por ejemplo, unas líneas arriba mencioné los mil y un fracasos sentimentales de los que he sido partícipe, con la intención de dibujar una analogía entre ese sentimiento de fastidio y frustración que siempre sucede al terminar una relación; nadie sabe amar, o es una o es otra, pareciera que no hay nadie para mí... todas son iguales, emparejándose con lo que he sentido después de varios resultados electorales o simplemente con el hecho de ser espectador de la situación nacional, todo esto metabolizándose en un desasosiego que licúa en mi cabeza la desesperanza, el fastidio, el sinfuturo. Así que, si usted duda de lo anterior, no me queda más que esperar que la respuesta que se suscite en su cabeza ante la pregunta ¿cómo te has sentido después de una ruptura amorosa?, sea en algo similar a la sensación de ser testigo de un nuevo fraude electoral. Aún así, si los términos traición, injusticia y desgano no se fijan en sus tripas, lamento informarle que usted tiene un serio problema y que necesita ayuda con urgencia.


Entonces... ya nos sentimos mal, es un hecho. Ya estamos en ese preciso momento donde dudamos de todo y de todos. Donde la única postura que encontramos para aminorar nuestro dolor es el de la víctima. Porque claro, alguien debe de tener la culpa, menos nosotros. Así, el paso que sucede a este estado es el que nos remite a encerrarnos dentro de cuatro paredes. Y, ya aislados y lejos de cualquier tipo de contacto es entonces que definimos nuestra futura y nueva postura ante la vida: ya nunca nadie será digno de mi amor ni de mi sexo ni de mi voto. Nos decimos a cada cucharada de helado, a cada fumada del porro, a cada final onanista. Sin embargo, la vida y el sistema continúan a paso firme, ambos ajenos a nuestro dolor, a nuestra soledad, a nuestro desempleo y a la inexistencia de oportunidades verdaderamente dignas... Hasta que un día, llenos de valor (o de necesidad) nos arriesgamos y decidimos enamorarnos de nuevo. Pero ya no por el mismo tipo de persona, porque afortunadamente la autoreflexión, la terapia y sus pastillitas nos han abierto nuevos horizontes donde ya no hay cabida para ese hombre borracho, inútil y mujeriego ni para esa mujer con ínfulas de princesa egoísta y caprichosa. Y, aunque la terapia o la historia nos ha mostrado una y otra vez que nadie es perfecto, nos enrolamos en una nueva relación. Y ahí vamos, con la debida precaución, pero también con ansias de esperanza de que ahora sí será diferente, que ahora sí será justo. Que ahora sí será lo que en verdad lo que necesito. Pero si no, entonces me sentiré conforme conmigo mismo por al menos haberlo intentado y no ahí, tumbado en ese limbo acrónico vulgarmente llamado «hubiera».

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