6.28.2016

Las formas no se angustian. Las formas son formas y ya


Siempre me han gustado las plantas, las flores y los árboles. Sus formas precisas me atraen. Sus colores me hacen pensar en los procesos que se conjugan. En cómo la luz en pleno acto de magia descubre por mera reflexión y refracción tonos naturalmente agradables. También me gusta concebirlos como pequeños ejercicios que la naturaleza, para no perder la práctica, se deja de tarea a sí misma. Como sea, hace más de un año alguien me regaló una plantita y cuando lo hizo me dijo "aprende a cuidar una planta, porque si no puedes con eso, entonces no puedes con nada". Y claro, soy una persona que confía en los símbolos y en que los pequeños detalles siempre serán sumamente significativos. Así que puse todo mi empeño y todas mis manos en ello. Y, sin embargo, la vida no es fácil. Pese a mis cuidados, -ponerla al sol, hidratarla, drenarla y, no voy a admitir que habla con ella, pero en varias ocasiones sí me caché preguntándole de manera discreta cómo es que andaba, que si necesitaba algo-, ella se dedicó a morir y a revivir cada semana. Hasta que un día me fastidió, porque ya no crecía, pero tampoco termina de morir. Así que lo único que hice fue hidratarla y negarle mi atención. Ya no más pláticas, ya no más sol. No sé si ella se hizo amiga de los pájaros o de alguna que otra lagartija de esas que a veces entran a mi casa. Lo cierto es que ahora la miro así, creciendo a sus anchas y sin ningún reparo. Y me da gusto por ella, pero me da más gusto por mí, porque finalmente sí pude con el reto. O sea que sí puedo con todo.

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