Desde la obligada tolerancia y hasta la estupidez diplomada, afirmo sin lamentos dramáticos ni datos falsos, que cada pedazo de segundo afirma lo inseguro del siguiente instante; nada está a salvo, ni la mejor idea o el peor deseo. Por lo mismo presumo con orgullo mi falta de escalones y mi falta de sumisión. Ya que gracias a Newton y su tercera ley de la condena mortal, hoy puedo presumir de mi terror por la realidad cuando debería de congratularme por la no correspondencia entre mis pensamiento y mis actos. Lo lamentable es que, al igual que el árbol, a veces tengo la vulgar necesidad de ser escuchado cuando caigo.
¡Echen paja!
Muerte lenta, húmeda, retrasada y muy apestosa.
Creo que los hielos de las cubas del viernes estaban infestados del virus de la cólera. Tengo escalofrío, fiebre, insomnio, debilidad y me apestan las patas. Hedor que se confunde con el del vómito verde-azul turquesa como de pintor.
Dudo entre drogas legales o drogas sin empaque; entre hablar con médico, un cura o la sexy enfermera disfrazada de gente pulcra; entre dormir, morir o simplemente tomar un baño.
Sea como sea, ya lo dije: nada como que la propia muerte sea lenta, indecisa y aburrida tanto que, mejor los sigo acompañando.
Y aunque la gente se moleste porque nunca la reconozco, debo admitir que lo que más disfruto de tener memoria fugaz, es que ya olvidé lo que iba a decir.
Si el Mundo estuviera organizado por conjuntos, éste sería el de los tarados.
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