Sentía el cuerpo cortado tenía fiebre
y ya no podía con la debilidad. Se fue temprano a la cama sin comprender el por
qué y lo sorpresivo de su estado. Además, el día siguiente sería uno de los más
importantes de su vida: se iba a casar.
Por
las agudas punzadas que le taladraban el fondo de la quijada, despertó. Con la
mano izquierda tocó su mejilla la cual, ya casi era del mismo tamaño que su
cabeza. Y el tiempo no era suficiente
para ir al doctor y de ahí al registro civil. Así que no tuvo de otra. Como
pudo se vistió de novio —no se bañó, por cierto— pero sin corbata y sin los
tres primeros botones de la camisa abrochados debido a la inflamación.
—¡Carajo,
qué te pasó! —preguntó Sandra, sorprendida al ver el estado inflamado de Jiu.
—Meshtoy
qagando del dolo de la uta mela —arrastró Jiu mientras se acariciaba
la mejilla.
—Jajajajaja,
ay, qué cosas. Que eso te pase el día de tu boda no puede sino significar algo
muy bueno —dijo Sandra muy convencida y feliz.
—Shhinga
tu mdre.
Poco
a poco fueron llegando los invitados, la mayoría amigos de la excéntrica
familia de Sandra. Eran gente de rancho pero con mucho dinero. Eran nuevos ricos, de ésos que generan su
fortuna a partir de un golpe de suerte, bastante ambición y mucha, mucha falta de
madre.
—Para
no hacerles el cuento largo y evitar conmoverlos hasta el llanto con una
hermosa historia de amor en lugar de estar haciendo dinero con su valioso
tiempo, sólo voy a decir que Sandrita y Jiu se conocieron en una de esas
terapias para curar la locura, donde mija, conmovida por la trágica historia de
su hoy casi esposo, quedó profundamente enamorada y, este señor, al ver la
hermosura de mijita, que espero no sólo se haya fijado en sus bellas nalgas,
también se enamoró. Así que tienen mi bendición. Señor juez, ya puede decir eso
de si aceptan o aceptan —así pronunció su elegante perorata don Alfredo, el
padre de Sandra.
Justo
en el momento que Jiu pronunció el Shhí,
asheeto, supo que estaba tomando la peor de todas las decisiones de su vida.
Pero ya no había vuelta atrás, no contra esa familia. No con ese dolor de muela
que casi lo desmaya. No con su desprecio por el trabajo honrado y su debilidad
por la vida fácil.
***
No pasó ni un año cuando Jiu ya estaba
hasta la madre de su vida de casado, de trabajar y de soportar a una mujer que,
por sus diversas “actividades”, ya
ni siquiera se cogía.
Sí, de nuevo todo su plan había salido
mal, muy mal. Sandra había estudiado una licenciatura en sociología y tenía una
maestría sobre el valor del trabajo en la América Latina del siglo XIX o algo
así. Y tales estudios, más que su familia, le inculcaron los valores con los
que dirigía su vida. Por ejemplo, la regla contundente y que hizo que nada
funcionara, fue no aceptar ni un solo peso de su familia, porque ellos, la
joven pareja de esposos, eran personas preparadas que con sus medios saldrían
adelante, decía convencida Sandra, que todos los días iba al club a “trabajar”
buscando clientes entre sus potentadas amistades que necesitaran algún servicio
de arquitectura, el oficio de Jiu.
Por
la carga de trabajo y para evitar la estancia en su casa, Jiu pasaba los días y
a veces las noches enteras en el despacho. Bastaba con telefonear a Sandra para
avisarle de ausencia y listo. Ella nunca ponía objeción porque sabía que el
éxito sólo se logra con mucho trabajo y esfuerzo.
—Mi
vida…
—Ahora
qué.
—¿Cómo?
—Perdón
corazón, es que estoy muy distraído pensando en el proyecto de Hernández.
—Ay,
ni me lo recuerdes. Hubieras visto qué trabajo me costó convencer a su esposa
¡tres días de jugar canasta con ella! No se los deseo a nadie.
—Claro,
te entiendo. ¿Pero qué me querías decir?
—Ah
sí. Hace quince días llegó una nueva familia al club. Son los Martínez, son muy
amables y trabajan para el gobierno, sabes. Pero bueno, ayer la pasé todo el
día con la señora Martínez; le mostré las partes secretas del club, fuimos al
spa, a comer y total, hice tan bien mi trabajo que ya te conseguí una cita con
su esposo. Dice que ahorita, por fin del sexenio, el gobierno anda gastando un
chingo de dinero y tienen muchos proyectos. Cómo ves.
***
—Mira, no quiero algo muy elaborado,
con que tenga puertas, ventanas y cagaderos está bien, jajajajajaja.
—Claro,
claro, señor Martínez. El cliente siempre tiene la razón —respondió Jiu
queriendo decir chinga tu puta madre viejo de mierda.
—Pero
en serio,
ya sabes cómo son estás mamadas de las licitaciones donde hay que entregar a
tiempo y en forma, tanto la cotización como el proyecto. Porque si no, a mí me
meten en un gran pedo y yo a ti, te rompo la madre. ¿Estamos?
—Señor
Martínez, no tiene de que preocuparse, está hablando con un profesional.
—Eso
mi chingón. Ahora ya sé por qué el putito del Alfredo no te puso ningún pedo.
Salú.
Tres días antes de la fecha de entrega
Jiu y Carla, su nueva asistente, habían terminado con el proyecto.
—¡No
mames! Creí que nunca íbamos a terminar —exhaló Carla.
—Uta,
y justo a tiempo. El don de la tienda me dijo que hoy en la noche los pendejos
de la compañía de luz van cortar la corriente, porque van a cambiar el
transformador de la esquina.
—Ay
qué suerte.
—Sí.
Y oye ¿no quieres tomarte una chela para festejar? Yo invito.
Así, juntos salieron al súper a
comprar cerveza, velas y un paquete de condones, porque ambos sabían que en
algún momento de la noche, la oscuridad los haría suyos.
—Por
favor ¿puedes poner los planos y la cotización en el piso, allá en aquel
espacio junto al baño? Bien extendidos para que no se maltraten —pidió Jiu
mientras esperaba que Carla moviera los planos que estaban sobre el restirador,
y poner las cervezas encima.
No pasó ni una hora cuando el ruido de
los trabajadores de la compañía de luz entro por la ventana junto con el
apagón. Carla, por ser tan joven, lo tomó como algo muy romántico;
emborracharse con su jefe, después de terminar el primer proyecto de su vida y
a la luz de las velas, era algo bonito. A Jiu no le gustó tanto. Nunca le había
gustado coger con la luz apagada porque se perdían muchos detalles de los
cuerpos, de la ropa interior, o de los gestos que hacían las chicas cuando las
envestía.
—¡Ay,
no hay agua! —gritó Carla desde el baño.
Jiu
fue a la cocina, abrió la llave del lavabo y lo confirmó.
—No importa, déjalo así. Porque ni cómo decirle al portero que prenda la bomba —contestó Jiu.
A
la mañana siguiente despertaron crudos pero bien cogidos. Jiu se levantó y fue
a orinar. Lo hizo, y también comprobó que aún no había llegado la luz. Regresó
al sillón donde todavía roncaba Carla y, aprovechando la luz
del medio día, la destapó para ver qué se había chingado anoche. Ver esa fina
silueta color puerquito bebé, hizo que Jiu de nuevo se excitara. Comenzó por
besar su cuello y bajó muy despacito por esa lisa y calientita espalda, hasta
casi llegar al culo. Cosa que ya no hizo porque en ese preciso momento el grito
de ¡hijo de tu pinche madre! de Sandra, lo interrumpió.
Por
la falta de corriente eléctrica tampoco el teléfono funcionaba y le fue
imposible avisarle a Sandra que esa noche no llegaría. Pero más que nada, ya
estaba harto de informarle a su mamá postiza qué sí y qué no estaba haciendo.
Por otro lado, Sandra estaba preocupada por la entrega del lunes y al no
recibir la llamada de Jiu, fue hasta el despacho donde lo encontró a escasos
centímetros del culo de otra mujer. Fue un desastre. Sandra se lanzó con toda
su furia sobre Carla, quién como pudo, se vistió y salió corriendo mientras Jiu
hacía su mejor para contener a la bestia vestida con indumentaria Nike. Cuando los humos le bajaron a
Sandra, decidieron ir a la casa para hablar más tranquilos sobre el fin de la
relación.
Jiu
sintió alivio. Fue como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Se
sintió tan recuperado que esa misma noche junto algo de sus pertenencias y se
las llevó al despacho.
Pero
la felicidad es como una puta fina que se sube y baja los calzones a capricho,
dicen. Cuando Jiu llegó al despacho lo primero que hizo fue caer de rodillas.
El agua de la inundación se mezclaba con sus lágrimas, mientras veía pasar un
plano flotante y desdibujado. La luz había llegado y con ella el agua, la
suerte de una llave abierta y la desgracia.
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