1.15.2013

Tumor cerebral



—Ay, aquí estás.

—¡Hola! ¿y a ti qué se te perdió? Jajaja.

—Ash, nada, no perdí nada. Voy a hacer limpieza y te quería avisar para que no andes por ahí, estorbando.

—¡Ay qué genio, ya cásate! jajaja.

—¿Ves?

—¡Oh! Ya, tranquilo. Mejor cuéntame ¿limpieza de qué o qué?... jajaja, ay perdón, pero es que te ves muy gracioso con tus escobas y esas botas, jajaja.

—Mmm.

—Ya, por favor, dime.

—Mmm.

—Anda…

—Pues eso, mira todo este desmadre que me han dejado.

—Sí, desde el otro día te iba a decir pero no supe en qué andabas y mejor decidí quedarme nomás por ahí, muy calladita.

—Pues muchas gracias, eh. En los momentos que más necesitaba un buen consejo, tú por ahí, hojeando mis álbumes familiares, probando mis sabores favoritos, contemplando mis paisajes y no dudo ni tantito que te hayas paseado por mi lado oscuro ¿verdad?

—¡Ey, muchacho, tranquilo! Y qué otra tengo más que andar de aquí para allá hasta que al señor se le de la gana recordarme, pero bueno, ya estamos acá, si quieres te ayudo.

—Ora pues, algo de ayuda no me caería mal.

—¡Zaz! Dime qué hago.

—Vamos a empezar por mover a todas esas muchachas que están allí arrumbadas, pero primero las desempolvas luego las destelarañas y ya limpias, las acomodas en aquella repisa del fondo.

—¡¿A todas?!

—No, sólo a las que más te gusten…

—Ay... te deberías de tomar una cubita para que nos relajemos y la limpieza se haga menos pesada ¿no?

—No. Y mientras tú mueves a las chicas, yo voy a buscar el lugar más oscuro y frío para estos nuevos enemigos. Ahora regreso.

—Oye, ese de la barbita está guapo, eh.

—Si quieres te lo presento, pero estoy seguro de que lo vas a odiar, es un baboso de ésos que en los fines de semana pasean en su carro deportivo para deslumbrar y luego recoger gatas vulnerables a la mamada.

—Ay no, qué flojera, déjalo muy lejos de mí, allá, junto a los accidentes, allá donde nunca voy.


—Va, no tardo.

***

—Mmmm, ¿en dónde aprendiste a acomodar muchachas, eh? Ve, esa morenita de allá la dejaste muy a la esquina, en cualquier sobresalto se cae y para qué quieres, tiene un carácter insoportable.

—Es que son muchas y unas están bien pesadas. Sobre todo esa güerita de ojitos muy bonitos que se ve que comía bien.

—No te metas con ellas.

—Oki doki, ahora qué hacemos.

—Mira, traje este sillón que dibujé en la universidad, fue uno de mis primeros trabajos de diseño y hasta ganó un premio.

—¡Guaaaaauu, está padrísimo y muy cómodo! Podría pasar tardes enteras aquí, bronceándome con tus mejores ideas, que últimamente, no han sido son muchas, jajaja. Ya, ya, ya, lo siento. Es que luego andas de un humor de iluminación de iglesia, y con esa luz no se puede ni leer, ni pensar, ni estar...

—Sí, lo sé, y es que las cosas no han ido muy bien. Pero por eso y más hoy me decidí a limpiar. Quiero hacer de esto un lugar más placentero para las cosas que en verdad me importan, como tú, aunque seas un grosero recuerdo.

—Tu cabeza es todo menos un lugar feo; parece un cubo radical, una oblea perversa que huye de la comunión, un confuso laberinto de líneas paralelas donde lo complejo es vano, y lo vano rectal. Un orgasmo permanente que pierde fuerza con el contacto ajeno. Y ya no digas tonterías y mejor trapea, mientras piensas en algo muy bonito que ilumine nuestra estancia o nuestro futuro olvido.

—Cómo si la luz fuera necesaria para mandar todo a la mierda. Hay ciegos suicidas, sabes. Y la mayoría de los suicidas también son ignorantes de la física y geometría. Si entendieran que la vida es un prisma donde existen los planos, orientaciones, coordenadas y la gravedad, también entenderían que los inconvenientes son como el sarro que se ancla en las paredes de las cisternas: firme y consistente en el fondo pero que siempre cae por su propio peso, con un movimiento lento y elegante como de caracol. Porque las contrariedades en el fondo, son divertidas, el problema es cuando enturbian el contenido, que en este caso, si es un líquido, este tiene que fluir o se pudre.

—A mí me gustan los caracoles pero ese discurso del plomero profesional, los planos y no sé qué más, la verdad de da mucha flojera.

—Pues a mí me dan más flojera los recuerdos que se sublevan a la mente, jajaja. Ya me tocaba, lo siento. Pero…

—Amor, ¿ves?, hasta tus bromas andan a la baja. Y sé bien que no es mi culpa, porque he tenido muchísimo cuidado de no intervenir en tus pensamientos. Siempre he sido un recuerdo responsable y siempre he intentado estar sólo cuando necesitas tener un parámetro de lo ideal. Pero también sé que es imposible ir en contra de tu circunstancia… Y como dice el dicho: si no puedes, renuncia…

—Sí, justo pensaba en eso, en que estás habitando muchos espacios. Que invades mi vida, que eres una tormenta que me empapa y por incontinencia, todo termina hecho llanto, malas palabras y peores ideas. No me nace dejarte porque el don de borrar nunca ha sido lo mío. He ahí la justificación de este cochinero, he ahí, el gran hueco que se llena de vacío. Sin embargo y siendo serios, sé muy bien que es necesario.

—Lo sé. He vivido dentro de ti y tus palabras siempre las escucho antes de ser pronunciadas. Y aunque sea un recuerdo, tengo voluntad sobre mi existencia. Una voluntad que ama y respeta como desde siempre. Y hoy, renuncio a ser parte de tu ideal. Renuncio a poblar terrenos que ya no me corresponden, a esos paisajes de experiencias dignas de compartir con alguien vivo. Renuncio a todo sin dejarte solo y acepto mi lugar en aquella repisa del fondo, lugar que no es cualquiera, eh, ya lo escogí, ¡ja! desde el principio, cuando acomodé a todas esas chicas, aparté mi sitio. Me voy muy contenta, bien sabes que nunca es para siempre, porque la vida me llevó a nacer como el recuerdo eterno de una mente olvidadiza. Te quiero.

—Yo también te quiero.

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