1.11.2013

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—Mierda, tan sólo dos pasos para llegar a la cama.

Con la fuerza que le queda piensa en quedarse justo ahí. Pero no, se arrastra, triunfa y duerme. Sueña.

Entre ronquido y ronquido llega la brisa, las olas y los gritos; es un soldado de bajo rango, en el día “D”. ¿Por qué un soldado? A él no le gusta la milicia, ni las armas y mucho menos entiende los motivos de la guerra; dar la vida por defender la patria, por el hermano, el ciudadano. Ni siquiera tanto odio por el enemigo, ni siquiera por un buen sueldo. La vida es muy valiosa, dice. Por eso él siempre ha preferido dormir, hacer nada; un lugar oscuro, cómodo y acogedor siempre será su trinchera. Pero sabe que es un sueño y tiene que estar a la altura, así, que sin más, desciende del armatoste flotante hacia un mundo en guerra. El fuego de las balas es múltiple y cruzado tanto que la arena hierve como lava y al que igual de roja. Por todos lados hay retazos de muertos, bombas sin explotar, mochilas llenas de lonches sin comer, armas cargadas sin tirador. Pero él tiene sueño y la lluvia de balas le importan poco. Encuentra un hoyo poco profundo entre dos cuerpos destripados que le parece un bonito lugar para ver el atardecer. Ya instalado, con el rostro hacia el cielo saca un cigarrillo, lo coloca en sus labios, levanta cinco centímetros el rostro y deja que las potentes ráfagas de fuego hagan su trabajo. Fuma.

Pasa el tiempo, pasan las balas, los muertos, pasa todo, incluso pasa la noción de él mismo. No sabe que hace ahí, hace unas horas estaba en su casa buscando la mejor forma de perder el tiempo, hace unos años estaba buscando la mejor forma de existir. La pesadumbre lo regresa a su estado, a su sueño rodeado de muertos, de peligro y de unas inmensas ganas de orinar. Sabe que no hay salida, sabe que cualquier movimiento brusco significa la muerte. Pero también sabe que tiene estilo y dignidad; no será un soldado muerto cualquiera por cualquier causa. Así que decide ser el soldado que murió por orinar. Lentamente baja el cierre de su pantalón verde militar, saca el miembro, piensa en algo de porno para lograr una mediana erección y orina. Parece una fuente humana en medio de aquel caos. ¡Es hermoso! Antes de terminar con la meada, levanta un poco las caderas para exponer al miembro orinante a la ráfaga de fuego y ser herido de muerte ¡justo en la cabeza! Los colores, los ruidos, el dolor de la herida y el placer de la meada se entremezclan y sabe que es el final.

Imagina que le harán un monumento, que por él izarán la bandera a media asta, que a la familia le entregarán su medalla al honor, pero sobre todo, que tiene que orinar antes de ir a dormir.

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