5.03.2013

Dos de nada



Siempre me ha gustado ver a los perritos callejeros; corren, corren, corren, escapan, buscan, persiguen.

¿A dónde van con tanta prisa y determinación?

También observo a las parejas. Veo que comparten muchas cosas: frustración, soledad, sueños de TV, vacío, ignorancia, egos... pobres de sus hijos. Pero más pobre de mí, que los tengo que ver.

Y, es que últimamente siento que alguien me robó mi juguete preferido, ese al que los niños llevan a todas partes: a paseos, al colegio, a esas tardes de pasto, gritos y lodo. Siempre lo quieren presumir, quieren que el juguete haga una diferencia en ellos. Creen que el juguete va a cambiar algo en sus vidas, creen que ese objeto con precio definido les otorgará un lugar especial en el mundo de la imaginación. Y sí, lo creo, porque en el mundo de los adultos eso se llama status: lujosas casas, lujosas ropas, lujosas esposas, lujosos pensamientos, lujosas mierdas. Por eso mejor prefiero nada en lugar de una mierda radiante.

Hoy, intenté dejar de caminar como perro callejero. Sin prisa, sin ese paso presuroso hacia ningún lugar. Miré el mi camino y lo disfruté. Observé lo que nunca había visto, lamentablemente, hasta hoy. Me gusta ver los muros cuarteados, despintados, cada segundo acercándose al derrumbe. Me gusta ver los rostros también despintados por los malos tiempos invertidos en nada. Me gusta ver todas esas vidas juntas, tiesas y apiladas; cómo caminan al paso, cómo todos en la misma dirección, y mientras decido si llorar o reír, pienso en ellos como una jauría de perritos callejeros; juntos, en par, en tríos, separados, solos

Y me encantaría haber hecho algo pero el paisaje derrumbado me llevó a otro lado: mientras luchaba por romper con la estricta formación de los perritos presurosos, una música lejana invadió mis ojos. Era muy bonita ¿quién la toca? ¿por qué aquí, para ellos? ¿música para perritos? seguramente será otro perrito que sabe tocar muy bien el chelo. En fin, en mi búsqueda de ese perrito musical encontré mi cama: aunque aún hecha bolas, estaba limpia como nada, inmensamente blanca e inmensamente sola. Me gusta porque es mía, y no como un objeto barato, sino como una hoja de papel donde se han escrito las más cruentas batallas, los más bonitos poemas, las más tristes cartas de suicidios fallidos, recetas de cocina, notitas para no olvidar y cartas de despedida.

Y así, como el más feliz de los niños, vine corriendo a presumirles mi nuevo juguete.



3/5/10

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