5.02.2013

Blanco terminal




Sirenas de fondo, pisos pulidos, blanco por todos lados, iluminación constante y permanente, voces pronunciadas por altavoces solicitando la presencia de tal familiar o tal médico, asientos cómodos y televisores casi sin volumen.



—Hola, ¿vienes por tu deadline, o viniste a ver si ya están repartiendo las prorrogas? —me interrumpió Valeria con media sonrisa. 

—¿Perdón? —así me sacó de mi cuaderno de notas y pregunté intentando mostrar sorpresa. Ella había llegado hace diez minutos y la vi de reojo desde el primer momento. Era guapa. 

—¡Ay, lo siento no me digas que es tu primera vez! —dijo sorprendida al ver mi fingida sorpresa y cambió su gesto cínico por uno apenado. 

—No te preocupes, no soy nuevo y también creo que eso de morir, es como cuando una excelente puta te obsequia una buena mamada —contesté con una risita al final. 

—¡Dios, no lo había visto de esa forma! pero en mi caso, me quedo con la sorpresa y le resto lo de la puta y la mamada. Porque sabes, no concibo la idea de comparar un orgasmo con el momento de mi muerte. Me da miedo —respondió con la mirada fija sobre sus manos mientras las frotaba con ansia. 

—Ay, te digo que sí ¿qué nunca has escuchado esa canción que dice: la vida comienza llorando y llorando se acaba? —le pregunté haciendo modos de payaso para que recuperara el ánimo. 

—Sí, le he escuchado, pero qué tiene que ver. 

—Pues lo contrario, que la vida comienza con un orgasmo, y así debe de acabar ¿o no lo crees? —le dije mientras con mi dedo índice le picaba las costillas. 

—¡Eres un tonto! —me dijo al soltar una carcajada. 

—Oye ¿a qué hora tienes tu cita? —pregunté cuando terminó de reír. 

—¡Ay ni me digas! La pedí a las ocho para que no se me hiciera tarde y la enfermera me dijo que el doctor viene retrasado una hora ¡una hora! —parecía que esperar las malas noticias la ponían muy ansiosa; miraba su reloj, se tocaba el cabello y toqueteaba rápidamente el piso con la punta del pie. 

—¡Uy! una hora es mucho tiempo. Y todo para que cuando llegué te diga: señorita… por cierto ¿cómo te llamas? 

—Valeria. 

—Jiu, un gusto. Entonces, el doc te va a informar que te queda un año de vida, menos una hora, jajajajajaja —lo dije sin poder evitarlo. 

—¡Oye, qué grosero eres! 

—Lo siento, perdóname por favor —supliqué manteniendo la risa a raya. 

—Nah, no importa. Es lo que es y lo que hay —dijo mientras se convencía de sus palabras. 

—Pff, ni que lo digas, te entiendo perfectamente ¿fumas? 

—Noooooo, ¡¿tú sí?! 

—Claro. Anda, fuma, te vas a divertir. Además pronto nos vamos a morir, qué te preocupa. Y la azotea del hospital tiene una vista hermosa, vamos —insistí. 

—¿Tú no eres el diablo ni yo estoy muerta, verdad? —me preguntó emocionada. 

—Si fuera el diablo, te aseguro que tú y yo estaríamos en Viena tomando chocolate y dándonos de besos y no aquí, en esta sala de espera, sentados mientras el estúpido que conoce las fechas de defunción, anda en no sé dónde. 

Era un hospital de veinte pisos, y el área a la que tuvimos acceso tenía enormes aparatos de aire acondicionado que acentuaban las fuertes corrientes de aire. 

—Viste, está bien bonito —le dije mientras hacía una seña para que apreciara el amplio y ventilado piso. Después saqué un porro y lo prendí. Di una, dos, tres fumadas y le convidé, lo acepto titubeando, pero al final hizo lo mismo. 

A los tantos minutos le dije que nos recostáramos en el piso para ver las nubes. 

Hice una especie de almohada con mi chamarra y se la ofrecí para que estuviera más cómoda. 

—Oye… —la traje desde el cielo. 

—Ay, no, ahora qué —preguntó divertida y con curiosidad. 

—¿Follas? 

—Siiiiiii… 

—¿Y ahora quieres follar? 

—Nooooo…. 

—Ándale, ya sabes que… 

—Sí, sí, sí, ya sé que vamos a morir… 



Regresamos de la azotea fumados, follados y contentos, hasta aparentábamos ser lo que éramos: un par de venticicoañeros sin preocupaciones en la vida. Y la idea de la muerte, por unos instantes, se había esfumado. Bueno, más su idea que la mía. 

—¡Valeria, te ofrezco mil disculpas! El tránsito en esta ciudad es una caos, por favor, pasa al consultorio —le dijo el doctor Herrera, mientras se ajustaba la bata recién puesta. 

—No se preocupe doctor, sé lo que es vivir en esta ciudad —Valeria me dio un beso en la mejilla y me dijo al oído que me veía al salir de la consulta. Avanzó al interior del consultorio y antes de perderse, giró su largo cuello y me cerró un ojo. 

—Jiu, una de las reglas es que no debes de tener ningún tipo de contacto con los pacientes. Y lo que acabo de ver entre Valeria y tú, va más allá de eso. Desde este momento queda cancelado tu servicio social en este hospital. Lo siento. 




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