1.25.2013

Flatus vocis*


I


—De cabrones te lo digo, esa pinche vieja tenía el culo más chingón que haya visto. Estaba bien firme, de piel tiernita, de ésos que a ojo de buen culero sabes que son sinceros nomás por nuevos. Que transmiten confianza porque nunca te van a mentir; un culo divino cerca de Dios y de San Pedrito.— dijo el Zancudo mientras terminaba de rolar la mota.

—Híjole, es que eres bien pendejo, Zancudo, ¿cómo dejaste que te topara la tira? Yo de güey me quedo después de hacer mi desmadrito, la neta.

—¿Por qué crees que me dicen el Zancudo, pendejo? Porque yo pico y ahí me quedo. Me gusta ver la jeta de esas perras; como quedan satisfechas y bien serviditas las mendigas. Algunas lloran y gritan, pero eso es cosa que un buen putazo siempre puede arreglar.

—Jajaja, te la mamas, pinche Zancudo. ¿A poco si les gusta a las viejas que te las chingues así nomás porque se te antojan?

—¡A huevo!— Contestó el Zancudo con el humo contenido en los pulmones.

—Y más a esa pinche Marianita, que siempre se vestía con unas falditas bien cortas y pegadas, nomás pa' enseñarme sus patotas y ese culo. Y además que no mame, todos los días pasaba por la caseta y me decía "buenos días". Y yo no soy pendejo, yo sé cuando una perra quiere pelea. Y yo le di lo que quería pero se me fue la mano, y al final ya nomás quería que se callara la pinche vieja, y pues se me hizo fácil.

—Tara, tara, tara, tara.— La macana del celador y él se hicieron presentes.

—¿Están platicando chingón, o les traigo un cafécito? Pendejos. No están en un pinche hotel, órale, a dormir, cabrones.




II


«Surgí con la vida y moriré con ella. Soy aire, y en él existo. Soy uno y soy todos. Permanezco dentro y fuera de ustedes. Su presencia me es necesaria pero no indispensable, porque son lo que yo decido que sean, y no viceversa. Sus órdenes cívicos y morales me dan el énfasis necesario para transfigurarme en un bochornoso estruendo o en un desaire sin importancia. Tengo la autoridad para delatar la humanidad de cualquier cualquiera; princesas, reyes y vagos. De doctos e iletrados, de nobles y desleales. El hombre me conoció desde el inicio de su conciencia; me adjetivó, me indagó y me categorizó en esos resquicios de la individualidad, de lo personal. Puedo ser sulfuro, puedo ser azufre, puedo ser metano o puedo ser oxígeno. Puedo ser cada uno o puedo ser todos juntos, porque eso sí se los dejos a ustedes.»



III



—¿Ya tienes el varo?

—Pues ya casi todo, mi nalga me va a traer lo que falta el mismo domingo.

—No, cabrón. Te dije bien claro que el varo es primero y todo junto.

—¡Oh! Es segurísimo, no hay falla. Le dije a mi vieja que me trajera lo que falta o que me iba a chingar a toda su familia, no hay pedo, neto.

—Va, ya’stás, y pues mira, la movida está así: el domingo después de la visita familiar nos vemos en la lavandería. Ya hablé con el Teniente Romo y le dije que en el último pinche motín picaron a dos de mis ayudantes y que ahora necesito más gente para mover los trapos de la toda la perrada. Y acá entre nos, a esos dos yo me los achicalé por putos rajones, y nomás te lo platico para que veas con quien te estás metiendo, güey.

—No hay fijón, mi Cachetón, el Zancudo es leña y la neta, ya me quiero mover de este pinche congal.

—Pues cámara, valedor, así le hicimos.

Terminaron el trato y cada uno de los hombres siguió por corredores diferentes para guardarse hasta el domingo, el gran día, el gran día de la gran fuga.

—Mira lo que te traje, mi amor. Mi abuelita hizo unos frijolitos con chicharrón y lentejitas, como te gusta. Y también pasé a comprar unas tortillitas de maíz azul. Ándale, mi amor, come.

—Sí, ahorita. ¿Trajiste el varo?

—Sí, esta sema me fue re bien. Conchita, la de la bonetería ¿te acuerdas de ella?

—Nel.

—Ella hace la limpieza en un edificio de por Polanco y me dijo que unas doñas necesitaban que alguien les echara la mano, y pues ahí voy. Y mira, hasta me alcanzó para dar la mordida y pasar tu curado de huevito.

—Te rifaste, reina, todo se ve rebueno, como pa’ celebrar, ¿no? A ver, déjame tragar…

El Zancudo termino hasta las moronas del manjar que le había llevado su esposa y la despidió. Aún faltaba bastante tiempo para llevar a cabo la fuga, decidió tomar una siesta y reposar los alimentos.

«He dicho que soy amo del infortunio, del ridículo y la vergüenza. He dicho que los hombres son lo que yo quiero que sean. Coexistir desde que la vida es vida me confiere lo divino. Juzgo y sentencio. Quito y doy.»

—¡Ay, cabrón! Pinche Susana, pues qué le echó a los frijoles, ¿o será el curado?— Dijo el Zancudo al despertar por el intenso retortijón.

«Hombre, estoy aquí, en el peor de los momentos. Y así, tanto la situación como tu el infierno que se gesta en tu vientre son míos. Tu destino depende del aire, de la presión, de la química y de mi capricho.»

—No, no mamar, esto está cabrón. No me puede dar chorrillo justo ahorita, justo hoy.— El Zancudo se lamentaba en el servicio, sentado mientras la libertad y la vida se le iban en forma de intensos chorros y estruendos.

«Hombre, esto es el inicio. Organizo los elementos para decidir tu destino. Invoco a las fuerzas naturales de la vida para terminar con la tuya.»


—¿Qué te pasó, Zancudo? Te ves bien pálido, cabrón.— Preguntó el Cachetón al ver lo que quedaba del inhumano Zancudo acercándose a la lavandería, al punto de fuga.

—Vale madre, mi Cachetón, la comida de mi pinche vieja me hizo mal. Estuve en el baño por media hora completita, viendo como la pinche vida se me iba por un hoyo. Pero ya no hay pedo, estoy bien. Tú dime cómo la armamos.

—Pues va. Todo es muy sencillo: lo único que tenemos que hacer es meternos en esas bolsas de ropa y estar muy quietos por un tiempo hasta que llegue el camión de la lavandería. Después, ya quedé con unos compas, ellos nos van a subir al camión y dar la orden de salida. Así nomás, sin pedos.

—Suena muy fácil, mi Cachetón, a ver si no nos la aplican.

—Oh, con dinero todo es fácil, Zancudo. Ora, métete a la bolsa.

Y así, sin mayor truco, ambos se embolsaron y quedaron a la espera. No pasó mucho tiempo cuando llegó el camión, de él bajo un hombre que sólo podía ser lo que parecía: un trailero, grande, de ojos amarillos, apestando a sudor y con la ropa llena de grasa. Prendió un cigarrillo y sin despegarlo de los gruesos labios, les dijo a los ayudantes que subieran las bolsas, empezando por las más pesadas. Él era parte de la fuga.

«Según la humanidad y su ciencia errónea, no formo parte de los seis, sin embargo también soy gas y también soy noble. Soy castigo y soy venganza. Y por ser lo que soy, y ser lo que eres, yo te condeno.»

—Puta madre, no ahorita. No… shhhhhhhhhhhh— El malestar estomacal le regreso al Zancudo de forma incontrolable. Era algo increíble, parecía un gran tanque de gas con una gran fuga. Todo comenzó a desbordarse; el gas, los líquidos y las fuertes punzadas. El sudor frío lo dejó ciego, el oxígeno se terminaba, el miedo calló al dolor pero no a la desesperacíon. Como reacción química incontrolable, la inflación aumentó hasta que empezó a mover las bolsas que estaban por encima. El chofer se percató del movimiento, dio una calada más al cigarrillo y sin apagarlo, lo arrojó sobre el bulto inflamado…

«Soy sonrojo, soy vergüenza y soy justicia. Soy aire, soy fuego, y no conozco el tiempo.»

Al día siguiente los diarios más amarillos daban la noticia como principal en sus encabezados: “Fuerte explosión en el Penal”, “Presunto prófugo queda despedazado por explosión”, “Los pedos sí matan”.



*flatus vocis, expresión latina que significa ‘soplo de voz’.

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